domingo, 31 de mayo de 2015

Postal sin remitente

Bajaba las escaleras atropelladamente, como cada día. Esa maldita impuntualidad que arrastraba desde la adolescencia no la había abandonado, y siempre salía de casa corriendo despeinada, en un inútil esfuerzo de recuperar ese precioso tiempo perdido en recorrer con el dedo las fechas del calendario o consultar en el periódico el último horóscopo o buscar las llaves que siempre guardaba y perdía en el mismo lugar.

Al llegar al portal vio la esquina de una noche estrellada atrapada en su buzón. Entre folletos, propaganda y facturas se había colado una hermosa vista nocturna de una ciudad que amaba. No había remitente. No reconocía la letra. Sólo era un fragmento de vida suspendida en un lugar en el que podía haber sido feliz.

Acarició la postal, la guardó en su bolso y salió de casa sonriente y sorprendida, palpándola de vez en cuando en su trayecto al trabajo. Ojeándola en el metro. Recorriendo aquellas calles mojadas por la lluvia en blanco y negro. 

Ya de noche de vuelta a casa sacó su tesoro, lo prendió con cuidado de un fino alfiler, y lo colocó en la pared, entre cientos de estampas de lugares hermosos que siempre la habían hecho soñar.

La próxima vez será París, se dijo.
Y anticipándose a su viaje imaginario tomó una hermosa tarjeta sin remitente y la echó a volar.

Pronto llegará...