martes, 23 de junio de 2015

Noche de San Juan

Se sentó en un escalón del porche con los pies en la arena. Comenzaba a anochecer, y un cielo limpio la contemplaba sereno, empezando a cambiar de color muy lentamente, bajando cada segundo la intensidad de la luz. Aún no había estrellas y sería una noche sin luna. Una noche tibia, clara y solitaria. 

Dejó la copa de vino a un lado y alzó la vista. El mar tomaba impulso con muy poca convicción y la espuma llegaba mansa a la orilla, en pequeños remolinos blancos que atrapaba la arena. Susurraba muy bajo, como cuando a veces acercaba una caracola al oído. Se sentía abrigada en un largo abrazo. Estaban solos y empezó a escribir sin descanso hasta el amanecer.

Cobardía, desasosiego, miedo, soledad… palabras tristes en notas de colores
Un puñado de nombres propios 
Y mil y un problemas acumulados en el último año sin solución

La noche siguiente la hoguera brillaba a lo lejos y caminó descalza arrastrando su colección de papeles. Las siluetas danzaban sin pausa alrededor del fuego, que centelleaba en una noche ya cuajada de estrellas y vio cómo las llamas los iban convirtiendo en un montón de cenizas que se mezclaban con la arena.


Fue entonces cuando pidió aquel deseo que le abrasaba el corazón.

Poco más tarde el mar a su regreso dijo que sí. 




lunes, 22 de junio de 2015

Cena para dos

Llevaba un par de horas atareada con la cena. No sabía cocinar, pero aquel taller intensivo de sushi bastaría, pensaba, para impresionarle en la primera cita.
Bandejas multicolores aguardaban su turno, y una botella de vino blanco con su elegante etiqueta francesa esperaba ya fría en la cubitera. 
Puso la tele para templar los nervios pero sólo salían noticias de la última pandemia. Mejor música suave, se dijo, y encendió un par de velas en el comedor mientras seguía el compás con los pies.

Él le gustaba desde hacía tiempo. La había sorprendido mirándolo absorta desde la mesa de su oficina, y luego se esforzó por coincidir con él en la máquina de café. Aquella forma en que entornaba los ojos miopes, su suavidad al hablar y el modo en que la hacía reír… 

Se puso su blusa de seda favorita dando su visto bueno al espejo y repasó con la vista cada detalle hasta que finalmente el timbre sonó.

Su gesto relajado y amable al entrar se truncó cuando vio la mesa dispuesta en el comedor. Con los ojos fijos en los palillos y balbuceando se atrevió a murmurar: 
"Soy alérgico al pescado..."

miércoles, 17 de junio de 2015

Vida nueva

Había llegado al despacho poco antes de las nueve y el paquete ya la esperaba sobre la mesa. Apenas llevaba un par de días en la ciudad, en un país distinto y con una vida por rehacer, y se estaba familiarizando con la nueva oficina. Apartando pensamientos del pasado se dejó atrapar complacida por el reluciente sillón antes de verlo frente a ella en su envoltorio de estraza.

Era un bulto pequeño, con su nombre escrito con pulcritud en letra diminuta. No había remitente.
Lo observó un momento antes de abrirlo. Para su tamaño era pesado, cabía en la palma de su mano y contenía un objeto redondeado y duro con marcadas aristas.

Tomó el abrecartas, cortó con cuidado el extremo del sobre y sacó una bolsita negra de seda. Envolvía una piedra, hermosa pero tosca que centelleaba al acercarla a la luz en un parpadeo de reflejos irisados y brillantes.

Tan sólo unas palabras en una escueta nota: 
"Me acusaste de tener un corazón de piedra
hoy vuelve a ti."

viernes, 5 de junio de 2015

La Ciudad de las Palabras que nunca se Dijeron

La ciudad de las Palabras que Nunca se Dijeron está deshabitada desde hace años. Gris y fría sólo se escucha un ronco eco que se acentúa al acercarse. Dicen que suenan voces, susurros y llantos.
No repiquetea la lluvia en los cristales ni crujen pasos sobre las hojas ni estallan risas en los columpios.Sólo un eterno lamento de un coro de voces, como un largo y sordo sollozo.

Se cuenta que alguien un día se atrevió a pisar de nuevo aquellas calles queriendo recuperar sus palabras extraviadas. Llamó una por una a todas las puertas, pero nadie respondía. Revisó todos los rincones, hasta que al final encontró en un banco del parque a una anciana, huraña y temblorosa. Se llamaba Soledad.