lunes, 17 de agosto de 2015

La tormenta

Tumbada sobre el suelo de madera presintió la llegada de la inminente tormenta. Llevaba dos días sola en aquella cabaña tratando de aplacar un dolor que poco a poco iba acorralando. No siempre se dejaba, y vagaba con descaro por su cuerpo, por su mente, por sus pensamientos como un pinchazo afilado que acalambraba su corazón. 
El primer relámpago iluminó de repente la estancia que las nubes habían dejado en tinieblas. La lluvia se desató con furia golpeando las paredes y el granizo posterior cubrió de guijarros brillantes el camino hacia el bosque, que refulgía cada vez que el cielo se encendía.
El ruido era atronador, y enmudecía sus pasos inquietos buscando un lugar en que ocultarse. Lo encontró en un hueco bajo las escaleras. Siempre le habían aterrorizado las tormentas.

Una de las ventanas estalló con violencia dando paso a un aire gélido mezclado con lluvia. El suelo se cubrió de vidrios mojados, hojas revueltas y ramas rotas. Se tapó la cara con las manos y esperó angustiada hasta que el cielo se aplacó.

Cuando el vendaval cesó descubrió su rostro repetido en cientos de espejos en el suelo. El agua y los cristales reflejaban su imagen, y sus ojos, abiertos y asustados,  la miraban como los de un ciervo herido.

Entonces lo entendió.
Su dolor no habitaba en su cuerpo. Su dolor habitaba en sus miedos. Y si era así, se sentía lo bastante valiente para enfrentarlos.
Al día siguiente barrió sus temores y contempló su sonrisa en los charcos del jardín. 

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